Es paradójico comprobar que los adolescentes se pasan el día colgados a los móviles y cada vez es más difícil, si no imposible, poder comunicarnos con ellos...
Cuando salimos a la calle, montamos en un autobús, vamos al cine o damos un paseo, no es raro ver a casi todos los adolescentes con su móvil en los bolsillos, charlando con una jerga especial o enviando mensajes a una velocidad que ya hubieran querido conseguir muchos psicomotricistas. Según las estadísticas de los principales operadores de telefonía móvil, cada terminal envía al día una media de veintinueve mensajes
¡veintinueve! Este dato nos puede dar una idea de la cantidad de dinero que mueven la telefonía celular y de la realidad de la adicción a los móviles.
Los adultos solemos utilizar el móvil de forma racional, para recados cortos, para acceder de manera rápida a todo tipo de información, para estar comunicados mientras nos desplazamos, etc. Además, se ha convertido en una potente herramienta de trabajo. Pero el análisis del uso adecuado o inadecuado de los móviles por parte de los adultos no es el tema central de este artículo a no ser, y aquí todos tendremos que reflexionar, por la influencia, adecuada o no, que podamos tener sobre los adolescente.
La realidad es que la adicción a los móviles existe por parte de un gran número de adolescentes que se pasan el día, literalmente, colgados del móvil. Y ahí nuestra frustración: hemos comprado un móvil a nuestro hijo para tenerle localizado y porque muchos de sus compañeros le veían como un "bicho raro" si no lo tenía, y ahora que lo tiene tampoco podemos hablar con él porque se pasa el día con el teléfono, hablando y enviando mensajes en una jerga que, encima, no comprendemos. ¿Qué podemos hacer? Parece paradójico que los teléfonos se inventaran para comunicar a las personas entre sí y también puedan servir para todo lo contrario: para distanciarnos de ellos.
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